En Perú era simplemente “el chinito”. Pero el 28 de julio de 1990, Alberto Kenya Fujimori Inomoto, pasó a llamarse presidente. En menos de un año había creado un movimiento político, Cambio 90, y había derrotado en las urnas al escritor Mario Vargas Llosa, figura brillante del boom latinoamericano en Europa y consentido de la oligarquía peruana que le había dado su apoyo. El chinito, que es de origen japonés, había cambiado de la noche a la mañana la vida del clan familiar. Keiko Sofía, que ha buscado perpetuar la dinastía Fujimori, tenía 15 años.
Con toda la familia había pasado días enteros pegando stickers en los vehículos de transporte público con el rostro del padre y el logo del partido, mientras el candidato, ingeniero agrónomo, hacía campaña subido en un tractor y esperaba que la frase “voy a votar al chino” se hiciera realidad en las urnas. Fujimori representaba al chino de los barrios populares de las ciudades peruanas, gente humilde, trabajadora honesta.
Desde el Palacio de Gobierno, la vida cambió radicalmente, para la familia de Noichi y Mulsue, los inmigrantes japoneses que en 1934 llegaron desde Kumamoto, con la gran ola que desde fines del siglo XIX y principios del XX arribó a Perú buscando un mejor futuro. Alberto, no era solo el ingeniero agrónomo, había estudiado física pura en Estrasburgo, era magister en Matemáticas de la universidad de Wisconsin, presidente de la Asamblea de Rectores y anfitrión de un programa de debates llamado Concertando de la Televisión Nacional. Era también un desconocido político. Ahora era el presidente, el centro del poder.
Cuatro años más tarde, el matrimonio con Susana Higuchi se fue a pique. Keiko asumió como primera dama en reemplazo de su madre, y en la Casa Pizarro se quedó con el menor de sus hermanos, Kenji Gerardo. Hiro Alberto, y Sachi Marcela estaban estudiando en Estados Unidos. Los hermanos del presidente, Santiago, Rosa, Juana (y su esposo Victor Aritomi, que llegó a ser embajador en Japón) y Pedro participaron activamente en el gobierno. Todos estuvieron enredados con la justicia, y todos, menos Santiago que fue senador por Alianza para el Futuro y cuestionado por la compra del avión presidencial, estuvieron, en algún momento, huyendo de Perú.
El divorcio de Susana Higuchi, una ingeniera civil, hija de adinerados padres japoneses fue traumático no solo desde el punto de vista familiar sin político. En marzo de 1992, denunció a la prensa que sus cuñadas Juana y Rosa se lucraban con la ropa que llegaba desde Japón y la vendían como nueva en una de sus tiendas. Fujimori no le perdonó las escandalosas declaraciones públicas y pidió el divorcio que fue fallado a favor en 1994, cuando cumplían 21 años de casados.
Más tarde, siendo congresista por elección popular del Frente Independiente Moralizador, Susana Higuchi dio el puntillazo al régimen de Fujimori al hacer público el primer “vladivideo”.
En la mañana del 14 de septiembre del 2000 dos congresistas de su partido, Fernando Olivera y Luis Ibérico mostraron a la prensa la grabación del exasesor presidencial Vladimiro Montesinos en la sala delServicio Nacional de Inteligenciaentregando fajos de billetes a un congresista para que se pasara al oficialismo. El escándalo fue mayúsculo. En noviembre de ese año Fujimori renunció desde Japón. En el 2009, fue acusado y condenado a 25 años de prisión en el penal de Barbadillo, en Lima, por las matanzas del grupo encubierto Colina en 1991 y 1992, el secuestro del periodista Gustavo Gorriti y el empresario Samuel Dyer.
El peruano de a pie y los analistas dicen que los Fujimori han sido un clan de más apariencia que genuina unión familiar. Si hasta el comienzo de los 2000 Keiko fue la hija mimada y la heredera política de Fujimori -no obstante haber firmado en 1998 el referendo para que su padre no se presentase por tercera vez a la presidencia-, eso se revirtió tras la derrota electoral que sufrió la actual líder de Fuerza Popular en 2011. Desde entonces, ella comenzó a tomar distancia de él, consciente que la “mochila” de la controvertida figura de su padre era algo muy pesado de cargar.
En esa “mochila” está la disolución del Congreso en 1992, y los considerados logros como haber sacado a Perú de la bancarrota dejada por el predecesor, Alan García, la captura del líder de Sendero Luminoso Abimael Guzmán, que le valió ser el hombre sudamericano del año por la revista Time. No obstante, la dura imagen de Guzmán enjaulado con traje a rayas de prisionero conque el presidente lo mostró al mundo. Y otra imagen más clavada en la retina. Su aire triunfalista caminando entre los cadáveres de los guerrilleros del Mrta tendidos y acribillados a balazos, en la operación que después de cuatro meses liberó los invitados del embajador japonés en Lima.
En su propia mochila, Keiko tenía un pendiente: el presunto dinero oscuro que ella y sus hermanos recibieron de Montesinos para pagar sus estudios en Estados Unidos.
La desmarcada de su padre abrió el espacio a otro de los miembros de la dinastía política: Kenji Gerardo. La rivalidad entre Kenji y Keiko llegó a extremos insospechados. Kenji se puso como tarea en el Congreso lograr un indulto para su padre, y lo logró en la Navidad del 2017. Convenció a 9 congresistas fujimoristas de votar en contra de la vacancia del presidente Pedro Pablo Kuczynski. PPK cumplió y Fujimori fue indultado.
En esa guerra fratricida Kenji había sido el ganador, Keiko había perdido la mayoría en el Congreso. Pero la fría política ripostó con un arma conocida por su letalidad. Al más puro estilo de los “vladivideos”, los peruanos conocieron los “kenjivideos” revelados por Fuerza Popular, donde congresistas intentan sobornar -a nombre del gobierno de PPK- a legisladores leales a Keiko para que no voten la destitución del mandatario.
La imagen del hermano menor quedó en la lona y a su lado el solio presidencial con la renuncia de Kuczynski. Alberto Fujimori volvió a la cárcel diez meses después. En la espiral de agresiones Kenji se ofreció, entonces, como testigo del caso Odebrecht por el que fue investigada su hermana, acusada de recibir fondos ilegales de la constructora brasileña para su fallida campaña presidencial de 2011.
La guerra de la dinastía alimentada más que por rencores del pasado y el afecto de los padres pudo llevar a la paz cuando el poder estaba a la puerta. Keiko, que estuvo tres meses en prisión en 2021, acusada de aportes ilegales para sus campañas electorales, perdió ldos elecciones en segunda vuelta contra Ollanta Humala en 2011 reivindicando a su padre, y en 2016 contra Pedro Pablo Kuczynski, alejándose de él. Otra vez volvió a sus orígenes.
“Nos hemos perdonado y hoy estamos otra vez trabajando de la mano”, dijo. Además, Kenji reapareció en las redes sociales para manifestar su apoyo a la candidatura de su hermana, postrado en la cama de una clínica pelando contra el covid-19. Y por su faltara una señal más de la unión familiar, se reunieron Keiko, Kenji y Susana Higuchi en la casa materna. “Cada uno ha vivido experiencias difíciles, pero como dos ríos que tomaron su propio cauce, hoy la vida nos vuelve a juntar”, escribió el menor de los Fujimori Higuchi.
El clan volvió a unirse, pero Keiko, no quiso jugar con las resistencias. Y en la campaña contra Pedro Castllo, dejó de lado la camiseta naranja de su partido y se colgó la blanquirroja de la selección de fútbol. Que esa sí congrega a todos los peruanos. Pero perdió el partido. Obtuvo el segundo lugar en primera vuelta con el 13,41 % de los votos, frente al 18,92 % de Castillo. En segunda vuelta, una vez más, se dio un resultado estrecho, con la victoria del hombre del sombrero enorme.
En el siguiente capítulo en la historia de los Fujimori, Kenji Fujimori fue condenado a cuatro años de prisión, en 2022, por el delito de tráfico de influencias agravado. Fue acusado de comprar votos para evitar la destitución del entonces presidente, PPK, en 2018, mientras se avanzaba en el indulto a su padre Alberto. Pero Kenji rechazó las acusaciones, alegando que se había tergiversado la información.
Ayer, a los 86 años, Alberto Kenya Fujimori Inomoto, el patriarca del clan, falleció.
Versión actualizada
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